PRESENTACION
No basta predicar la Revolución, hay que organizarla, es una enseñanza del Partido del Proletariado y de sus Jefes; y para ello debemos estar premunidos de un amplio conocimiento de los hechos y contar con las herramientas teóricas indispensables que nos permitan distinguir a revolucionarios de los aliados, el cómo relacionarnos con ellos y el cómo nos fundimos en las amplias masas pues la característica más profunda y permanente, la condición misma del triunfo, es la organización de las masas populares obreras y campesinas sobre todo: la organización de la Revolución.
Como parte de las actividades de la Coordinadora por los Derechos Humanos y de los pueblos-Base Perú, presentamos el V número de este folleto, tocando ahora un balance desde la academia de un antecedente de la organización latinoamericana antiimperialista de la década del 20 en América Latina, donde las acciones que se realizo es la parte importante de ella, así como los errores que se cometieron al enfrentar la gran tarea del antiimperialismo en América Latina.
Lima, Junio 30 del 2024.
LA LIGA ANTIIMPERIALISTA DE LAS AMÉRICAS: UNA CONSTRUCCIÓN POLÍTICA ENTRE EL MARXISMO Y EL LATINOAMERICANISMO
Daniel Kersffeld
LAS RAZONES DE UN OLVIDO
“En Iberoamérica, la Liga Antiimperialista resultó un organismo artificial, alejado de las masas”. Con esta expresión, el conocido historiador del movimiento obrero Víctor Alba se refirió a la existencia de la Liga Antiimperialista de las Américas (LADLA) en la página 84 de su clásico Esquema histórico del comunismo en Iberoamérica ¿Podrá ser cierta esta afirmación? Pese a lo que Víctor Alba pretenda transmitirnos en una obra donde en realidad el comunismo ya aparece condenado desde el principio, podemos asegurar que no es así: ni la Liga fue un “organismo artificial” ni tampoco permaneció “alejado de las masas”.
En todo caso, se trató de una organización que, al conformar una red de proporciones continentales, posibilitó una primera síntesis entre el marxismo de raíz europea y el credo antiimperialista presente en América Latina, por lo menos, desde fines del siglo XIX.
Sin embargo, y pese a la importancia asumida por la Liga en poco más de diez años de existencia, poco sabemos sobre ella.
En general, los textos referidos a la historia del movimiento obrero o de la izquierda latinoamericana apenas si la mencionan, y si lo hacen, como en el caso antes mencionado de Alba, generalmente bajo una mirada negativa. ¿Por qué entonces este desconocimiento o esta mala fama? Para responder a esta pregunta, debemos tener en cuenta que la historia de la LADLA resume, en sí misma, la historia del comunismo latinoamericano en un período clave de su propio desenvolvimiento, aquel comprendido entre mediados de los años ’20 y mediados de los ’30.
Podemos entonces decir que, a grandes rasgos, la vida de esta organización transcurrió durante aquel proceso conocido bajo el rótulo negativo de la “estalinización”, una época rica en debates y acontecimientos dentro del amplio mundo de los comunismos latinoamericanos que apenas si comienza a ser analizada por la academia con todo el rigor y la objetividad que ella merece (Melgar Bao, 2005).
La LADLA fue entonces un claro producto de su época, un emergente de las luchas sociales y, principalmente anticoloniales que surcaban con violencia a prácticamente toda la región latinoamericana durante las primeras décadas del siglo XX. En este sentido, resulta importante que, para su conformación política, esta entidad se nutrió no sólo de varios de los líderes de los movimientos sociales y antiimperialistas más importantes de la época, sino que también adoptó algunos elementos ideológicos y parte de sus bases programáticas.
Así, por sólo citar algunos ejemplos, la Reforma Universitaria iniciada en Córdoba en 1918, con todos sus correlatos políticos y culturales, consiguió un acoplamiento doctrinario con los efectos del acoso estadounidense durante el período de auge de la Revolución Mexicana y con la movilización de intelectuales y artistas en Cuba que terminaron confluyendo en el Movimiento Minorista (Portantiero, 1978; González Casanova, 1979).
La LADLA consiguió incluso arraigar en los Estados Unidos gracias a la presencia en ese país de un creciente movimiento antiimperialista, constituido a fines del siglo XIX, y al que se incorporaron relevantes figuras del mundo de las letras (el caso más importante fue el de Mark Twain) junto con representantes de las comunidades latinoamericana y filipina (Zwick, 2005).
En este contexto podemos decir que la Liga cumplió un extraordinario papel, pionero en muchos sentidos, al pretender aglutinar bajo una misma identidad marxista y continentalista a todos los sectores que, sin necesariamente tener un origen proletario o campesino, hacían del combate al imperialismo el eje central de sus estrategias políticas. Burguesías nacionalistas y proteccionistas, clases medias interesadas en defender sus posibilidades de ascenso social, intelectuales y artistas vanguardistas solidarios con el proceso revolucionario soviético, daban vida a la Liga Antiimperialista junto con obreros y campesinos, quienes tenían la tarea de asegurar que el latinoamericanismo impulsado tuviera un auténtico contenido “de clase”, propio de los sectores subalternos constituidos en los motores principales de las luchas sociales.

LA LADLA: ¿UNA “INTERNACIONAL AMERICANA”?
A través del despliegue de diverso tipo de acciones en contra de la dominación extranjera la LADLA generó lo que, de hecho, puede ser considerado como su gran aporte a la historia regional, es decir, la formación de la primera red de militantes y dirigentes comunistas de la que se tenga noticia en América Latina. Valiéndose de este instrumento, mexicanos, venezolanos, cubanos, peruanos, argentinos, etc., junto con gran cantidad de dirigentes estadounidenses, lograron coordinar con asombrosa efectividad campañas simultáneas en distintos países y ciudades, constituyendo de este modo una organización de inmensas proporciones que, al decir de Julio Mella, podía funcionar como una “internacional americana” y que (aunque esto todavía vale sólo como una hipótesis) podía incluso llegar a reemplazar a la misma Comintern como punto de enlace entre las distintas organizaciones comunistas americanas (1978: 84).
La Liga fue creada a fines de 1924 en México y bautizada primero con el nombre de Liga Antiimperialista Panamericana (recién a mediados de 1925 adoptaría su denominación definitiva). Luego de algunas experiencias frustradas y de corto alcance, como lo fueron el Buró Latinoamericano entre 1919 y 1920, y el Buró Panamericano, entre 1920 y 1921, la Internacional Comunista volvía a fijar su atención en nuestra región, desmintiendo la tesis tan conocida y repetida de que América Latina había sido “descubierta” recién en momentos del VI° Congreso, es decir, hacia 1928 (Caballero, 1988).
Aunque es cierto el hecho de que los dirigentes soviéticos suponían que era más factible que se produjera una revolución socialista en Europa y, para mediados de los años ‘20 todavía más en Asia (convulsionada por las luchas antiimperialistas en China), a partir de investigaciones recientes podemos observar que el “frente americano” en ningún momento fue descuidado (Jeifets et al., 2004: 12).
Y por lo mismo, el carácter de periferia que América Latina tuvo en un principio para Moscú se fue modificando durante la segunda mitad de los años ’20, a medida que los Estados Unidos iban ocupando un lugar de mayor preponderancia dentro del contexto de la economía mundial, y que aumentaban las campañas antiimperialistas en la región. América Latina constituyó entonces para la Comintern un gran rompecabezas cuyas piezas y ordenamiento sólo podían adquirir sentido político al calor de las luchas anticoloniales.
Y como se podrá apreciar, la Liga cumplió un papel no menor en este proceso de comprensión y de acercamiento mutuo entre Moscú y el Nuevo Continente.
Desde el primer momento se reveló que la creación de la Liga respondía a una estrategia eminentemente política. Su nacimiento estuvo condicionado, en primer lugar, por la celebración, en el verano de 1924 en Moscú, del V° Congreso de la Comintern, ocasión en la que se resolvió, al mismo tiempo que la bolchevización de los partidos, la creación de amplios frentes de masas útiles para aglutinar a todos aquellos sectores que, aunque fueran solidarios con la revolución rusa, no provinieran del campo del proletariado (Krieguel, 1985: 97).
Otro factor de importancia en dicha gestación lo constituyó el enfrentamiento contra el colonialismo británico en China a mediados de los años ’20, ¡circunstancia que fue rápidamente aprovechada por los dirigentes cominternistas para la creación de los comités de solidaridad llamados “Manos fuera de China!”, organizados primero en Europa y cuyo espíritu de lucha no tardaría en trasladarse también a América Latina, aunque ahora bajo la premisa principal del freno al expansionismo estadounidense (en este sentido, fue Bertrand Wolfe, delegado del PCM al Congreso de 1924 quien a su vuelta de Moscú, instruyó al partido para la formación de una inicial organización antiimperialista).
Por otra parte, la elección de México como sede principal de la Liga no fue un hecho casual: en esta decisión primaron tres factores. En primer lugar, y pese a las distancias geográficas y culturales, y a las inocultables diferencias existentes entre ambas realidades políticas, la cuestión revolucionaria servía para brindar un primer marco de identidad común entre la URSS y México, cuestión que inevitablemente fue reforzada cuando este último se convirtió en el primer país latinoamericano en establecer contactos diplomáticos y comerciales con Moscú a partir de la visita en 1919 de Mijail Borodin, delegado personal de Lenin, y con la presencia, desde 1924, de Stanislav Petkoski, primer embajador soviético en México.
En segundo lugar, el Partido Comunista de México, desde su creación en 1919, se había convertido en el más fuerte de toda América Latina, principalmente, gracias a la densidad social que le aportaba su trabajo entre los campesinos (en este sentido, el primer secretario de la LADLA fue nada menos que Úrsulo Galván, líder agrarista del Estado de Veracruz y una de las figuras más renombras del comunismo local). Por último, jugaba a favor de México su vecindad con los Estados Unidos, cuyo partido comunista era asumido por la Comintern como rector de los restantes partidos comunistas latinoamericanos al tratarse de la nación más industrializada y desarrollada de todo el continente (Carr, 1996).
Pero México no sólo era un país de ubicación estratégica para los planes de la Comintern en la región, sino que también lo era para los designios estadounidenses. De acuerdo con esto, el detonante que finalmente llevaría a la fundación de la LADLA lo constituyó la política “panamericana” encarada por los Estados Unidos desde las últimas décadas del siglo XIX y que desde hacía unos años también se expresaba en el plano gremial por medio de la asociación de sindicatos sumisos a las políticas imperialistas de Washington.
La Confederación Obrera Panamericana (la COPA) se había constituido en una central sindical en pleno crecimiento que, además de contar con la presencia de la American Federation of Labor, de los Estados Unidos, incluía a la CROM mexicana como sus principales sostenes dentro de la región (Godio, 1983: 151).
La creación de la LADLA se convirtió así en la oportuna respuesta comunista a la realización del IV° congreso de la COPA, celebrado a fines de 1924 en la ciudad de México. Y esta organización terminó de constituirse en enero del siguiente año cuando, por recomendación de la Internacional Comunista, un subcomité del Partido Comunista estadounidense (el Workers Party) se encargó de preparar material para futuras campañas, escribir artículos sobre el imperialismo en la prensa partidaria y servir de medio de contacto con organizaciones antiimperialistas latinoamericanas (Kellog, 1927).
Aunque según los criterios políticos de la Internacional Comunista la LADLA era una “organización periférica” (como el Socorro Obrero y el Socorro Rojo Internacional), por debajo en el rango de importancia con respecto a los partidos comunistas (Carr, 1976), si observamos quiénes fueron sus máximos impulsores y dirigentes, nos daremos cuenta de que al menos en el contexto latinoamericano, la Liga distaba de ser una entidad meramente secundaria. En este sentido, los cubanos Julio A. Mella, Rubén Martínez Villena y Juan Marinello; los mexicanos Diego Rivera y el ya mencionado Úrsulo Galván; los venezolanos Salvador de la Plaza y Gustavo Machado; los peruanos Eudocio Ravines, Jacobo Hurwitz y José Carlos Mariátegui; la italiana Tina Modotti, y los estadounidenses Jay Lovestone, Jack Johnstone y sobre todo, Richard Philips (mejor conocido como Manuel Gómez) fueron solo algunos de los más importantes dirigentes que contribuyeron, con su actividad política, a situar a la Liga en la vanguardia de los combates de liberación de la época.
Sin embargo, resulta importante destacar que al menos por esta época, la LADLA no fue la única entidad de naturaleza anticolonial en el continente americano.
Con la fundación de la Unión Latinoamericana en Buenos Aires en 1925 por José Ingenieros y Alfredo Palacios, y la definitiva constitución del APRA, al siguiente año en París, por iniciativa de Víctor R. Haya de la Torre (luego de su breve pasaje por la LADLA), se terminaron creando dos importantes rivales para la construcción política de los comunistas (Pita González, 2004; Haya de la Torre, 1985). Con todo, las diferencias eran marcadas: frente al perfil intelectual y académico de la Unión Latinoamericana, la LADLA ofrecía, por el contrario, un sesgo eminentemente político, si se quiere, de “acción directa”; y contra el “antiestadounidensismo” del APRA, la LADLA planteaba un antiimperialismo en el que los enemigos a ser derrotados eran las clases dominantes norteamericanas y europeas y, por lo mismo, reemplazaba la idea del latinoamericanismo romántico por una fraternidad concreta de los obreros, los campesinos y las clases medias, sin importar si estos actores se situaban en el norte o en el sur del Río Bravo.
LA EDAD DE ORO DE LA LIGA
El período de mayor brillo de la LADLA fue sin duda el que tuvo lugar desde su nacimiento, en 1924, hasta 1929. Durante este lustro, la Liga se conformó en una organización amplia, plural y heterogénea en cuanto al origen social y nacional de sus miembros, pero convergente siempre en su mismo interés por la lucha antiimperialista. La oficina central en México, que terminó de estructurarse como Comité Continental de Organización en 1927, se encargó de la publicación de su órgano de prensa, El Libertador, bajo la sucesiva dirección de Úrsulo Galván, Enrique Flores Magón, Salvador de la Plaza, Diego Rivera y Germán Lizt Arzubide (Melgar Bao, 2004).
Paralelamente, las filiales de la organización no tardaron en extenderse por todo el continente: en Cuba, en los Estados Unidos, en Colombia, en Guatemala, en El Salvador, en Puerto Rico, en Argentina, en Chile, en Uruguay, etc. (en varios casos, incluso con su propia prensa local).
Por su parte, los exiliados que habían huido de la dictadura de Juan Vicente Gómez, y que se encontraban establecidos en México, también fundaron su propia sección local, asociada al PRV, el Partido Revolucionario Venezolano.
Mientras que, en algunos casos, las secciones nacionales de la Liga eran apenas “sellos formales” de los partidos comunistas que debían actuar en forma clandestina, en otros, como en el citado ejemplo venezolano, donde todavía no se habían formado estos partidos, su participación en el momento de su creación se volvía ciertamente decisiva. Asimismo, y como bien lo revela el caso estadounidense, la sección nacional podía servir como un espacio articulador del partido comunista con organizaciones sociales de distinto tipo, como las declaradamente antiimperialistas, las que bregaban por los derechos civiles de las mujeres y los negros, de los portorriqueños y los filipinos radicados en Nueva York, junto con la participación de gremios de distinta naturaleza y filiación identitaria, como aquellos que se constituían en torno al judaísmo, al protestantismo, etc.
Sin embargo, no podemos desconocer la existencia de conflictos dentro de esta inmensa red americana, conflictos que no sólo se daban con relación a la Internacional Comunista (generalmente, por cuestiones presupuestarias) sino que también tenían que ver con su forma de presentarse públicamente, al decir de Mella, en ocasiones demasiado “roja”, lo que tendía a alejar a los sectores más reactivos con el comunismo (Carta del 14 de agosto de 1926 e Informe de Julio A. Mella de 1927. Relación de documentos sobre México en el Centro Ruso. Rollo N° 2/499-79-19. La traducción es nuestra). Por otra parte, también se producían conflictos hacia el interior de la entidad: seguramente el más importante fue que tuvo lugar en los Estados Unidos a partir de la división que tuvo lugar en el Workers Party entre sus sedes de Nueva York y Chicago, cuestión que debido al papel dirigente que la Comintern le había otorgado desde un principio al comunismo de ese país, complicaba no sólo la dirección política de los partidos latinoamericanos del norte del continente sino que también trababa el funcionamiento interno de la Liga, ya que el secretario de la LADLA estadounidense, Manuel Gómez, estaba claramente implicado en todo ese difícil proceso.
También podían existir rivalidades entre distintas filiales: en este sentido, una de las más importantes fue la que tuvo lugar entre México y Buenos Aires, hacia fines de los años ’20, en torno a la cuestión sobre dónde debía residir el Comité Continental de Organización.
Finalmente, un último tipo de conflictos podía tener lugar hacia el interior de una misma sede: en este caso, el ejemplo argentino resulta paradigmático, ya que la llamada facción “chispista” expulsada del Partido Comunista en 1926 había retenido el sello original de la Liga, por lo que el partido debió crear una nueva a la que, para diferenciarla de la otra, le agregó el rótulo de “Grupo de Izquierda” (hubo así dos filiales de la Liga argentina trabajando en paralelo y compitiendo por un mismo espacio).
Pese a todos estos inconvenientes, y a la escasez de recursos con la que a menudo debían manejarse sus dirigentes, resulta sorprendente la cantidad de acciones en las que la LADLA tuvo una participación directa, ya sea como propulsora o como organización invitada. Y por lo mismo, sorprende que sin ser una “organización de masas” (al menos tal como lo planteaba Víctor Alba) la Liga haya demostrado tener una gran capacidad de movilización, no sólo en México, sino también en otros países de América Latina.
Así, durante este primer período de vida de la LADLA podemos enumerar algunas de sus más relevantes campañas:
- Rechazo a la ocupación de Panamá por parte de tropas de los Estados Unidos, que se movilizaron hasta ese país en 1925 para impedir la realización de una huelga general que iba a afectar las actividades de empresas norteamericanas.
- Intervención en el llamado “caso Mella” en diciembre de 1925: la campaña de la Liga ayudó a que Gerardo Machado, presidente de Cuba, liberara a Julio A. Mella (quien desde hacía casi tres semanas se encontraba en huelga de hambre) y a otros 12 hombres puestos en prisión por afectar los intereses del trust del azúcar. Particularmente, la LADLA hizo demostraciones de fuerza frente a las embajadas norteamericanas en varios países de la región, presionó al gobierno mexicano de Calles para que se sumara a la protesta pública, y la filial argentina de la Liga publicó también un documento de rechazo a la detención del dirigente cubano.
- En 1925 encaró una campaña por la independencia de Filipinas, apropiada por los Estados Unidos luego de su guerra con España en 1898. Una nueva iniciativa de este tenor se puso en práctica a mediados del siguiente año con motivo de la visita a México de Carmi Thompson, el delegado del presidente estadounidense Calvin Coolidge.
- La campaña Tacna-Arica a raíz de conflictos fronterizos entre Perú y Chile.
- Campañas en México y Argentina en defensa de la soberanía nacional sobre el petróleo.
- La creación en 1927 de un comité pro-liberación de los obreros Sacco y Vanzetti, presos y condenados a muerte en los Estados Unidos.
- Campaña de apoyo a Haití, ocupado por tropas norteamericanas desde 1919.
- La organización de jornadas internacionales en apoyo a la URSS, y de huelgas y boycots a los productos norteamericanos en cada 4 de julio.
Pero de todas las acciones emprendidas durante esta época, seguramente la más importante de todas, y la que le daría a la LADLA su mayor trascendencia internacional, fue la campaña de apoyo al Gral. Augusto C. Sandino en su lucha contra la invasión norteamericana a Nicaragua (Selser, 1984: 175).
Esta campaña tuvo su origen en diciembre de 1926, en un momento en que la Liga llevó a cabo un importante mitin cuyo mensaje central era el de “Solidaridad del pueblo de México con los revolucionarios de Nicaragua”, y en el que los organizadores intentaron unificar en un mismo reclamo tanto el rechazo hacia el expansionismo estadounidense en Centroamérica como las críticas del secretario de Estado norteamericano Kellog respecto a la política nacionalista del petróleo llevada a cabo por el presidente Calles.
Junto con el Comité Continental de Organización y varias secciones de la Liga (entre las que se destacaron las de Cuba, Venezuela y Perú), de este primer encuentro tomaron parte una gran cantidad de sindicatos y asociaciones en donde el PCM ejercía una apreciable influencia. El 18 de enero de 1928 la campaña antiimperialista de la Liga finalmente pudo consolidarse con el armado institucional de lo que se denominó “Comité ¡Manos Fuera de Nicaragua!” (MAFUENIC), cuyo secretario general fue el exiliado peruano Jacobo Hurwitz, y que a partir de la siguiente semana pudo incluso comenzar a publicar su propio boletín.
La campaña por la liberación de Nicaragua se constituyó entonces para la Liga en su desafío más importante, ya que de lo que se trató fue de conformar un polo de confluencia de entidades, no sólo latinoamericanas, con un espíritu que ciertamente trascendiera los estrechos márgenes del comunismo para lograr así dar vida a una auténtica organización de “frente único”. Y como en el caso mexicano, también los comités de apoyo sandinistas surgidos en otras ciudades latinoamericanas se ocuparon de congregar no sólo a dirigentes políticos y sindicales, sino también a artistas e intelectuales (Tibol, 1968: 158).
Por último, en esta apretada síntesis de las actividades desarrolladas por la Liga en este período no podemos dejar de mencionar su participación en el Congreso Mundial contra el Imperialismo y la Opresión Colonial, celebrado en Bruselas en 1927.
Gracias a la decidida iniciativa del dirigente alemán Willi Münzenberg y a su formidable capacidad de organización (previamente había creado la Juventud Comunista y el Socorro Obrero Internacional), surgiría de este evento la creación de una Liga Antimperialista de características mundiales que, como su par latinoamericana, se nutrió de líderes anticolonialistas para de ese modo, funcionar como otro punto de apoyo de la Internacional Comunista.
Así, el primer representante de la LADLA en el comité directivo de la nueva Liga mundial fue el intelectual argentino Manuel Ugarte (Petterson, 2005). Por otra parte, en este evento fue el secretario general de la Liga, Julio Antonio Mella quien logró alcanzar mayor relieve dentro de la delegación latinoamericana a partir de la presentación de trabajos de denuncia sobre el régimen machadista como, por ejemplo, “Cuba: factoría yanqui” (en realidad, confeccionado por su compatriota Rubén Martínez Villena y un conjunto de dirigentes liguistas cubanos).
Por último, el Congreso de Bruselas tuvo un elemento adicional de importancia al constituirse en el punto de ruptura entre la Liga y Haya de la Torre, quien debido a sus diferencias políticas finalmente optó por abrirse para terminar de organizar su propio frente latinoamericanista, el APRA (Mella, 1968).
LA NUEVA ESTRATEGIA DE LA LIGA
La nueva línea estratégica adoptada por el movimiento comunista internacional a partir del VI° Congreso, de 1928, no dejaría de tener consecuencias prácticas sobre la labor política de la LADLA.
La adopción de la línea de “clase contra clase”, expresada en una consecuente radicalización de los partidos comunistas, priorizó la construcción sindical por sobre cualquier alianza con sectores no proletarios o, directamente, pequeños burgueses, mirados ahora con creciente desconfianza y tildados luego de “socialfascistas”. Con esto, la LADLA recibía un duro golpe hacia su original construcción de “frente único” en la que los representantes de las clases medias progresistas ocupaban un lugar de clara importancia. Si quería seguir actuando bajo los cánones del “Tercer Período”, era inevitable un nuevo encuadramiento organizativo (Krieguel, 1985: 102).
Fue en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, celebrada en Buenos Aires en junio de 1929, donde por primera vez se planteó de manera pública la nueva orientación política que debía tener la Liga Antiimperialista, de acuerdo a los nuevos tiempos que corrían (AA. VV, 1929: 321-3). De ahí, en más, la LADLA debía estructurarse en torno a los sindicatos de filiación comunista, de acuerdo al nuevo papel que en todo el continente estaba desarrollando la Internacional Sindical Roja, enormemente fortalecida luego de la fundación, en Montevideo en 1929, de la Confederación Sindical Latinoamericana.
Por medio de esta asociación, la Liga debía radicalizar sus posturas y asumir una política directamente a favor de los obreros y campesinos, dos sectores que, aunque participaban desde los orígenes de la organización, nunca hasta ese momento habían alcanzado un lugar de claro predominio en ella.
Por otro lado, el giro a la derecha evidenciado por la mayoría de los gobiernos latinoamericanos hacia fines de la década del ’20 y principios de la del ’30 constituiría un difícil obstáculo ya no tan sólo para los planes políticos de la LADLA si no, directamente, para el movimiento comunista latinoamericano. En este sentido, las crecientes persecuciones contra el PCM en 1929 y el golpe de Estado en Argentina en 1930 constituyeron graves derrotas para el movimiento obrero en dos de los países donde el comunismo se había desarrollado de mejor manera.
De igual manera, el asesinato de Mella en México, a principios de 1929, asestó un golpe particular contra la Liga, ya que con él moría su principal guía e inspirador. Las difíciles condiciones de trabajo para los dirigentes comunistas de la región también se tradujeron en nuevas complicaciones hacia el interior de la LADLA, ya que tuvo lugar una disputa cada vez mayor en cuanto al traslado de su sede central de México a Nueva York o a Buenos Aires (finalmente, el golpe de 1930 terminó por anular esta última posibilidad).
De este modo, si el período entre 1924 y 1929 puede ser considerado como el de mayor brillo de la organización, la nueva fase que se abría a fines de los años ‘20 constituye, sin lugar a duda, su momento más oscuro.
Con todo, en medio de esta situación de realineamiento de fuerzas, y con un importante avance de la reacción en América Latina, la LADLA alcanzó a participar en un nuevo congreso antiimperialista, esta vez, realizado en Frankfurt en 1929.
Aunque la Liga Antiimperialista Mundial, dirigida por Münzemberg había logrado expandirse desde el anterior congreso, realizado dos años antes en Bruselas, su situación política era más bien débil. La defección de importantes grupos nacionalistas como el Kuomintang de China y el Congreso Nacional Indio, había dejado prácticamente en soledad al movimiento comunista antiimperialista, el que además ahora debía contar con la necesaria participación de los sindicatos para poder sobrevivir.
Las voces críticas hacia la Liga Antiimperialista Mundial y hacia el propio Münzemberg, manifestadas durante el VI° Congreso, contribuyeron a restarle el poco apoyo que todavía mantenía dentro de la estructura cominteriana (Pasado y Presente: 1978). En estas circunstancias, la participación de la LADLA en el Congreso de Frankfurt no pudo tener demasiado lucimiento, pese a que concurrió una mayor cantidad de filiales latinoamericanas que las que fueron en 1927.
De hecho, los únicos logros concretos que pudo exhibir la LADLA en aquella oportunidad fue un claro apoyo a la gesta de Sandino por medio de la presentación pública de una bandera norteamericana arrebatada por la guerrilla y que fue llevada al congreso por Germán Lizt Arzubide (quien la envolvió en su propio cuerpo para evitar que se la descubriera la policía durante su viaje por los Estados Unidos rumbo a Frankfurt) y, por otra parte, la aceptación de la Liga creada por el Partido Comunista Argentino como sección oficial en desmedro de la Liga rival de los “chispistas” (La Internacional, 7/11/1929).
Con el Comité Continental de Organización desaparecido a principios de los años ’30, en aquellos países donde todavía podían actuar, las Liga Antiimperialistas siguieron existiendo, aunque ahora como una simple rama de cada partido comunista (compartiendo espacios con la juventud comunista, la sección femenina, el Socorro Rojo, etc.).
Sin un claro rumbo, tuvieron participación en algunos eventos de importancia, como el congreso “antiguerrero” de 1932, en Montevideo, organizado por la Confederación Sindical Latinoamericana, que se convirtió en un importante foro de denuncia contra la situación política y el imperialismo regional, y al que concurrieron dirigentes comunistas, sindicalistas e intelectuales de todo el continente.
En este sentido, el avance del fascismo en Europa (con su correlato en algunos gobernantes latinoamericanos) y el peligro cada vez mayor de una nueva guerra mundial, proporcionaron un nuevo marco de acción a la debilitada Liga Antiimperialista que, a medida que pasaba el tiempo dejó de considerar a los Estados Unidos como principal amenaza, para empezar a concentrarse en Italia y Alemania, enemigos declarados del régimen soviético.
Al compás del movimiento intelectual antifascista de Amsterdam-Pleyel, la Liga Antiimperialista hizo un nuevo intento por resurgir, esta vez en Cuba, cuando Juan Marinello presidió en 1934 el Primer Congreso contra la Guerra, la Intervención y el Fascismo, celebrado a la caída del machadato y que obtuvo una fuerte repercusión internacional. Pero en cierto modo, se trató del canto del cisne.
La realización del VII° Congreso de la Internacional Comunista en 1935 resolvió, entre otras cuestiones, la desaparición de las Ligas Antiimperialistas, así como de otras organizaciones periféricas que pudiesen tener un declarado sesgo antiestadounidense. La política de unidad a través de la organización de Frentes Populares y el gradual acercamiento primero con Francia e Inglaterra y luego con los Estados Unidos ante una amenaza de guerra por parte de las potencias fascistas, tornaban innecesarias (y hasta contraproducentes) la existencia de organizaciones como las Ligas Antiimperialistas.
Por ello, y para mediados de los años ’30, su lugar finalmente sería ocupado por los “frentes” y “ligas” antifascistas.
https://ojs.politicasdelamemoria.cedinci.org/index.php/PM/article/download/341/319/
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BIBLIOGRAFÍA
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Documentos:
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Internacional Comunista (Comintern). Su relación con el PC de la Argentina (1921-1940), Buenos Aires, Biblioteca del Congreso de la República Argentina, 8 rollos de microfilm.
Relación de documentos sobre México en el Centro Ruso, México, Biblioteca Manuel Orozco y Berra-Instituto Nacional de Antropología, 8 rollos de microfilm.





