Siempre fracasaran pues el marchismo, no apunta al poder para el proletariado y el pueblo.
Aquí una nota de Fredy León (1) aun cuando no entiende que cualquier hegemonía debe ser conducida por un Partido Revolucionario.

LA TOMA QUE NO FUE
Si quisiéramos definir el momento político que vive el país, luego de las dos demostraciones de fuerza que hicieron primero la oposición neoliberal y luego el gobierno, podríamos decir que estamos en una típica situación donde la oposición quiere, pero no puede y el gobierno no puede y no quiere.
El 5 no hubo la famosa reacción ciudadana masiva que la derecha anunciaba y el 10 la toma de Lima no pasó de ser otra consigna más. La calle sigue estando dura y la confrontación política continúa reducida a un choque verbal en las alturas de poder. Los discursos se radicalizan, pero no hay una efervescencia de las masas. En los medios y las redes hay muchos aspirantes a generales anunciando el inminente inicio de las acciones mientras la tropa sigue de parranda.
¿Qué está sucediendo?
Tengo la impresión que la debilidad radica en que hay una sobre oferta de diagnósticos contrapuestos y confusos pero una carencia de propuestas concretas que entusiasmen a las masas y una falta de líderes que encabece esa lucha. El país vive realidades fragmentadas y la política sigue siendo tierra árida. Parafraseando a Trotsky, la crisis ha devenido en una crisis permanente.
Por lo visto ni la vacancia presidencial ni el cierre del congreso se han mostrado como la chispa que iba despertar a las masas, batir las calles e inclinar la balanza. Y la consigna de que se vayan todos no pasa de ser una expresión anárquica de los eternos nostálgicos de ese centro inexistente que en su torpeza se niegan a aceptar que el sueldo de un congresista tiene más valor que luchar por un ideal de país.
Esas dos visiones enfrentadas y que dominan las primeras planas -vacancia y cierre del congreso- han naufragado en su afán de agitar las calles y movilizar a las masas con sus propuestas.
El gobierno de Castillo parchado, remendado, zarandeado, asediado por todos los sectores y sin ninguna bandera propia intenta flotar en medio de la crisis con la única esperanza de poder llegar al 2026. No importa cómo, su único y máximo objetivo es llegar al 2026. La opción asumida por Castillo es prolongar la crisis y dejar al nuevo gobierno, que surja de las elecciones del 2026, enfrente la crisis del país.
Castillo aparece como un presidente sin convicciones políticas, un político ingenuo que se encontró con la presidencia de la república y cree que el 29 de julio del 2026 va volver a Chota. No se necesita ser un prestidigitador, pero todo apunta a que Castillo, con o sin pruebas, va terminar en la cárcel.
Si la movilización del 5 fue un fracaso la denominada toma de Lima no tuvo la contundencia que anunciaban sus convocantes, y eso tiene dos explicaciones.
Primero, el gobierno ve al movimiento popular con desconfianza, no lo necesita para gobernar y solo lo utiliza cuando Castillo necesita mostrar que aún tiene algo de apoyo popular. Castillo ha resultado ser un presidente timorato que teme hasta de la fuerza organizada del pueblo.
Segundo, el movimiento popular es débil y está fragmentado, no tienen un criterio común frente al gobierno, tampoco una propuesta consensuada de cómo salir de la actual crisis y carece de líderes. Lo único que une al movimiento popular es su rechazo al congreso y su pedido de nueva constitución, consignas que chocan con la actitud ecléctica del gobierno que no tiene una firme voluntad política para enfrentar los retos que significa ser gobierno y tomar una decisión.
Si el futuro de Castillo es desolador, la derecha neoliberal nos ofrece un futuro lleno de nostalgia por el pasado y una polarización violenta si toma por asalto el gobierno. Resulta un pésimo chiste que los mismos que denunciaron un fraude electoral sean los que encabecen la lucha por la vacancia presidencial y vendan la peregrina idea de que la crisis política es un problema de gestión gubernamental y respeto a la meritocracia de la burocracia estatal.
La derecha carece de un discurso que una a la nación. Su crítica hacia Castillo tiene un fuerte tufo clasista, está llena de prejuicios sociales y se construye desde esa visión de la vieja élite dominante que sigue pensando al país como en los tiempos de Abraham Valdelomar: «El Perú es Lima. Lima es el jirón de la Unión. El jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo”
La derecha hasta el momento ha fracasado en vacar a Castillo porque no tienen una estrategia unificada. Un sector importante de esa derecha económica, que es la que verdaderamente corta el jamón, es decir los inversionistas mineros, agroexportadores, banca y servicios, que son los que controlan el Banco Central de Reservas e influyen de manera decisiva en las decisiones que toma el Ministerio de Economía, no están muy interesados en agudizar la crisis política por la sencilla razón de que ellos siguen haciendo negocios y obteniendo pingües ganancias bajo el gobierno de Castillo.
La nueva estrategia asumida por los talibanes del congreso, inhabilitar a Castillo bajo la discutida figura de «traición a la patria» por unas desafortunadas declaraciones, es tan endeble y traída de los cabellos que solo va agudizar la crisis de gobernabilidad y puede, tal como sucedió con el intento de Merino de tomar por asalto el gobierno, generar una respuesta violenta de la calle.
La derecha no está interesada en buscar una solución a los graves problemas de gobernabilidad del país, ellos quieren -a como de lugar- vacar a Castillo para recuperar el gobierno que perdieron en las elecciones.
El país exige una solución integral a la crisis de gobernabilidad, pero también a la crisis del modelo económico que no llena los bolsillos de todos, por lo tanto, la preocupación y el debate en el movimiento popular debe estar más centrado en las alternativas a ofrecer al país y cómo construir una correlación favorable al cambio real.
La salida a la crisis pasa por construir una nueva mayoría política y social que enarbole un programa de cambios que desde la calle conquiste una nueva hegemonía en las instituciones estatales para imponer una salida democrática y popular a la crisis.
Notas
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