Lima, 4 de noviembre 2022
Para que no se olvide…
La sublevación andina de Túpac Amaru II, iniciada el 4 de noviembre de 1780 en Sangarará, desencadenó en el “espacio peruano” el —hasta ese entonces— más crítico y determinado movimiento de rebelión y cuestionamiento del dominio ibérico que se hubiese registrado en el mundo colonial americano, desde su implantación en el siglo XVI. Es importante recalcar sin embargo que la “gran rebelión” no surgió súbitamente, como una tempestad en medio de un cielo límpido y despejado.
Fue claramente el momento cumbre de un conjunto de rebeliones indígenas y mestizas (ver el extenso recuento de estas en el texto de Waldemar Espinoza Soriano Rebeliones y alborotos indígenas y mestizos en la sierra septentrional del Perú virreinal 1756-1821), más o menos amplias y potentes, que con motivos diversos y configuraciones distintas, con o sin alianzas de grupos y sectores sociales, se agudizaba paulatinamente desde mediados del siglo XVIII, contra las medidas esencialmente expoliadoras y fiscales del denominado reformismo borbónico, es decir, el que aplicaba la nueva dinastía europea encaramada en el cetro castellano-aragonés.
Mencionemos algunas de estas rebeliones anteriores: el enfrentamiento de Calcuchímac, el guerrero Inca aliado de Atahualpa y quemado vivo en la hoguera por los españoles; la protesta alzada de Manco II; la larga batalla de Túpac Amaru I a fines del siglo XVI; el accionar guerrero de Juan Santos Atahualpa, que remeció la sierra central peruana, entre 1742 y 1756. Este caudillo indio del Cusco logró tener bajo su dominio todo el valle del río Perené, combatió en la selva central, parte de la serranía peruana y nunca fue ni capturado, ni abatido. Simplemente desapareció con el tiempo dejando en la mente de muchos la idea que volvería, para ser millones.
El de José Gabriel Condorcanqui Noguera – cacique de Pampamarca, Tungasuca y Surimana-, y de Micaela Bastidas Puyucahua – esposa del caudillo, principal y persuasiva consejera, encargada del aprovisionamiento de las tropas, lo que incluía conseguir y distribuir dinero, alimentos, vestimentas y armas -, se desarrolló nueve años antes de la gran Revolución Francesa, que enarboló las banderas de la igualdad, libertad y fraternidad.
Este fue un movimiento, que tuvo repercusiones en Bolivia, Argentina y toda nuestra Abya Yala, progresivamente adquirió objetivos de ruptura revolucionaria, tanto por la energía desplegada por sus protagonistas, los pueblos quechuas y mestizos andinos, como por la convicción de su dirigente principal de estar luchando contra los usurpadores de territorios, tierras, riquezas y hombres (y mujeres), contra los ocupantes y beneficiarios de un régimen económico, social y político injusto, de opresión y explotación.
Los elevados impuestos y los nuevos repartimientos realizados a la llegada del virrey Agustín de Jáuregui decidieron a Túpac Amaru II que el 4 de noviembre de 1780, como cacique de tres pueblos y Marques de otro, mande detener al Regidor Arriaga, ajusticiándolo y emitiendo un bando que decía:
“los Reyes de Castilla me han tenido usurpada la corona y dominio de mis gentes, cerca de tres siglos, pensionándome los vasallos con insoportables gabelas, tributos, piezas, lanzas, aduanas, alcabalas, estancos, catastros, diezmos, quintos, virreyes, audiencias, corregidores, y demás ministros: todos iguales en la tiranía, vendiendo la justicia en almoneda con los escribanos de esta fe…”
Luego de varias escaramuzas y enfrentamientos, sucedió la derrota de Túpac Amaru II, quien, previa traición, fue detenido, procesado y sometido a las más horribles torturas durante varios días. El 17 de mayo de 1781 fue condenado a muerte, condena alcanzó a toda su familia y fue exterminada casi toda su descendencia.
Por ello la reacción de los representantes políticos y militares de la monarquía española fue brutal y sanguinaria, y se orientó resueltamente hacia la exterminación, el descabezamiento (en sentido figurado y estricto) y el aniquilamiento, de los partidarios del movimiento y sus colaboradores y simpatizantes, fuesen éstos directos o indirectos, civiles o religiosos, autóctonos o extranjeros. Y desde luego, en primer lugar, el denominado “ajusticiamiento” de Túpac Amaru II, es decir su captura y criminal ejecución. La venganza de los españoles fue implacable y provocó más de 100,000 asesinados en los siguientes meses y años de la rebelión.
Durante muchas décadas, la república criolla, heredera directa de los conquistadores y colonizadores ibéricos, ocultó sin vacilar, tanto el ejemplo revolucionario del gran José Gabriel Condorcanqui y sus seguidores (incluso en el antiguo Alto Perú), como la operación masiva de represión, exterminio y silenciamiento ejecutada por los verdugos militares de la monarquía colonial y sus cómplices directos. Sólo fue rescatado casi integralmente en el Siglo XX por el General Juan Velasco Alvarado y su revolución militar de 1968-1975.
Pero como otros intentos similares, su maniobra fue vana e inútil en el largo plazo, puesto que la misma ignoraba que los pueblos del Perú (y el continente americano), gracias a su cultura y memoria de resistencia vital, habían conservado vivo el recuerdo de aquellos que en ese entonces dieron su vida por abrirles un futuro diferente. Y que más temprano que tarde, su momento tendría que llegar.
Por ello aquí recogemos la consigna atribuida a su principal seguidor en Bolivia, Julián Apasa Nina, Túpac Katari, quien con su esposa Bartolina Sisa, lideró un ejército de más de 40,000 indígenas, que llegó a controlar Carangas, Chucuito, Sicasica, Pacajes, Yungas y que mantuvo sitiada la ciudad de La Paz durante tres meses en 1781:
“VOLVERÈ Y SERÈ MILLONES”.
