La gran rebelión de 1780 cubrió los territorios actuales del sur peruano y el altiplano boliviano y tuvo como líderes, en la primera etapa, a José Gabriel Condorcanqui y Micaela Bastidas, su esposa; y en la segunda etapa al líder aimara Julián Apaza, Bartolina Sisa su esposa, Gregoria Apaza su hermana, Diego Cristóbal, primo de José Gabriel y Miguel Bastidas, hermano de Micaela. Toda la familia de José Gabriel y Micaela acompañó el movimiento y pagó con el martirio las consecuencias de su derrota.
La primera fase iniciada por José Gabriel, empezó en noviembre de 1780 y duró solo seis meses, hasta abril de 1781, cuando fue capturado en Langui, procesado y martirizado con toda su familia. La segunda fase duró un año más, hasta noviembre de 1781, cuando fue capturado y asesinado, Julián Apaza.
La primera fase tuvo predominio quechua; la segunda, fue mayoritariamente aimara. En la primera fase, José Gabriel nombró a sus jefes subordinados, ejerciendo sus poderes aristocráticos de curaca. En la segunda, las comunidades aimaras nombraron a los jefes que acompañaron a Túpac Katari.
La primera fase fue multiracial y multiclasista. Participaron criollos, mestizos, indígenas quechuas y negros esclavos. En la segunda fase predominaron los aimaras, fue más radical, violenta y popular.
Estos movimientos fueron anteriores a la revolución francesa de 1789 y posteriores a la revolución norteamericana de 1776. Repercutieron en América y el mundo colonial occidental, empezando por la rebelión de los esclavos haitianos, que la tuvo como paradigma.
Las décadas finales del siglo XVIII ya registran un ambiente de cambio en Europa y América, a partir de la Ilustración, la quiebra de los déspotas españoles causada por su participación en la guerra contra Inglaterra en Norteamérica, y la captura del poder monárquico español por la familia francesa de los Borbones. Fue precedida de la nunca derrotada rebelíón ashánika de Juan Santos Atahualpa en 1742.
Las reformas de los Borbones afectaron los intereses de los grupos de poder en las colonias, entre ellos los de algunos curacas que ejercían el comercio Interior, como José Gabriel Condorcanqui, dueño de cocales y de trescientas mulas con las que comerciaba con Potosí.
Túpac Amaru II no propiciaba la independencia sino una reforma social radical dentro del imperio: abolición de la esclavitud, los corregimientos y repartimientos obligatorios de mercancías que debían comprar los indígenas. Túpac Katari promovía una revolución indígena que restaure el mundo precolombino y prohíba las costumbres españolas.
En ambas fases de la revolución, las mujeres tuvieron un destacado rol dirigente al lado de los varones.
Anteriormente hubo intentos de abolir la esclavitud en el mundo y ya existía una campaña abolicionista en defensa de los “hombres negros” en Inglaterra y Europa. En América esclavista, eran frecuentes las fugas de esclavos, la organización de palenques y quilombos; además de la llamada cimarronería, una forma sistemática de eludir la esclavitud. En 1786 se produjo la sublevación de esclavos en San José de Nepeña y la revuelta de San Jacinto aconteció en 1768.
Presionado por los reyes de Francia, España y Portugal, el papa Clemente XIV suprimió la orden de los jesuitas, cuya expulsión empezó en 1773.
Las guerras de independencia produjeron solamente cambios políticos, mientras que la insurrección de Túpac Amaru II realizaba de inmediato reformas sociales. Mientras la revolución de Túpac Amaru II incorporó a indígenas, esclavos y criollos, las guerras de independencia asimilaron a los esclavos africanos como soldados libertadores, pero no siempre pudieron hacerlo con los indígenas que se mantuvieron al margen o combatieron en los ejércitos realistas, aunque no se puede ignorar a los guerrilleros y montoneros también indígenas, que apoyaron a los ejércitos libertadores.
Las revoluciones indígenas y las guerras de independencia dirigidas por criollos, constituyen procesos heroicos que forman parte de las raíces de nuestra nacionalidad, pero deben ser culminadas por una nueva revolución económica y social, que concrete nuestra independencia. Esa tarea, que supera a la simple participación política en el sistema establecido, corresponde a las actuales y nuevas generaciones y no debe ser olvidada.





